No puede evitar verse una cadena que parece unir el pensamiento y la vida de estos dos compatriotas. Los empresarios y defensores de Jade se justifican diciendo que ellos dan al público lo que el público quiere, que los efectos de este fenómeno, al fin y al cabo, han sido positivos. Vivimos en un mundo feliz. El consumo es toda nuestra autorrealización personal. La televisión nos ofrece toda nuestra realidad, toda nuestra visión de un mundo que nos permite desconectar de la realidad de nuestro trabajo, nuestra rutina, nuestro impuestos. En la televisión podemos ver a guapos famosos, mostrándonos un modo de vida con el que soñamos; vemos programas morbosos que despiertan nuestra curiosidad y nos enganchan horas, días, semanas. ¿Qué más se quiere? Parece que, poco a poco, nos vamos acercando a la realidad de un mundo feliz.
Seguro que Huxley no podría haberse imaginado la imagen un espectáculo así retransmitido a través del máximo medio de comunicación de masas ni en una de sus ensoñaciones o alucinaciones por el peyote. Y parece que es eso lo que estemos viendo, o que estemos leyendo una segunda parte descubierta póstumamente de "Un mundo feliz".
Realmente, la mayoría de defensores de la moralidad y la humanidad que atacan al programa no ven la realidad, no ven a dónde tienen que ir sus críticas. La retransmisión de ese espectáculo es completamente normal y natural dentro de la lógica actual de los medios de comunicación. Cuando los contenidos son realizados a partir de estudios de mercado y todo incentivo es la audiencia, cuando se impone la forma completamente vacua del espectáculo, es natural que se creen productos como este. ¿Por qué no se va a emitir si la gente quiere? La respuesta es lógica. La verdadera crítica habría de ir dirigida a esta lógica, a este modelo de sociedad, a este modelo de existencia.
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